domingo, abril 24, 2005

Infancia

Ellos corren sin mirarnos. Tiran sus balones a nuestros rostros, se caen, se golpean, gritan, se burlan de su compañero mas cercano sin saber que es el dolor. No saben, no pecan. El futuro se construye en el presente, con gritos, llanto, golpes y raspones, no creo que alguna vez cambiemos nuestra forma; el cuerpo no dice nada. Siempre tras el balón, siempre, bajo las faldas, entre las blusas donde se esconden, siempre. Así era Juan.

Pecados breves

Ella aun estaba allí. No se marchaba, su cuerpo desnudo sobre la cama; llamándome, atrayendo mis territorios sensibles. Sus muecas entre sábanas ¿qué podría hacer, que? ¡Siempre fui muy religioso!, aun como sacerdote lo soy, ¿cómo decirle que no, que su cuerpo es algo vedado para mí? ¿Cómo?, (su mirada deshaciendo mis ideas) ¿cómo decirle que en cuaresma no como carne?

La poesía como fin

Creo que estoy muriendo. Dicen que uno pierde la conciencia, que tu pasado comienza a trucarse en tu mente. Creo que eso me pasa. Veo las cosas cotidianas (eso me hacen creer) y pierden su nombre; por fin entiendo la poesía. Creo que estoy muriendo, al menos, eso me dicen.

A la vista

Ella no era así. Despreocupada subía las escaleras sin importarle la mirada en sus nalgas. Quizás disfrutaba ese pequeño momento de exhibicionismo. Nosotros siempre queremos verle los calzones a las niñas; mucho mas a las jóvenes. El acecho. Las escaleras del Tren. Ella no era así, como las otras, preocupada, con sus manos jalando la falda a favor a la gravedad. Subía ligera las escaleras; su falda negra se contoneaba y abría paso al verde entre sus piernas. Que mala combinación. Nosotros siempre queremos verle los calzones a las niñas; ¿a las ancianas? El acecho. El Tren de miradas. Ella no era así. Creo que repitiendo sentiré, al fin, que la encontré. Ella no era así.

Tres formas de mirar a una mujer

1
No es porque el tiempo pase y las arrugas afloren en mi piel; no me estoy volviendo mas morboso, solo seguía la dirección del viento al vestido que asediaba sin pudor. La cintura se mecía como si no lo notase. Fue ese instante lleno de vida donde la fugacidad de sus ojos fueron una pregunta sin sentido. Nada. Sueños de tela ceñida. Nada. El cigarro humeando en mis dedos y su rostro que desaparece doblando la esquina del café. Solo me queda el viento que juega con el mantel.

2
Ella estaba allí. Estructuras de adobe a sus espaldas. Su rostro quieto y el mirar seguro al vacío. Las caderas inmóviles abrían paso al blanco vestido que por ellas bajaba, presa del instante. Y el camión, que nunca se detiene, me lleva a forzar la vista y, después, olvidarla, calle abajo, para siempre.

3
Alguna vez he querido capturar los instantes. Llevar una cámara en la memoria que atrape el bailoteo constante de la ciudad; mis ojos la entrevieron, pasos seguros caderas jugando, y noté el blanco que se diluía, como un fantasma, nunca preso por mi mirada. Fue un flachazo de vida donde dos personas han dejado de soñar.